La urbe capitalina cubana se ha llenado en los últimos años, gracias a las nuevas normas del trabajo por cuenta propia, de miles de negocios particulares, pero si una apuesta de emprendimiento ha resultado atractiva para los cubanos esas son las cafeterías, las dulcerías y los restaurantes.
Aprovechando la escasa y mala oferta del Gobierno en sus establecimientos, no son pocos los que se han decido a invertir sus ahorros en negocios relacionados con la gastronomía y muchos de ellos especialmente a la dulcería.
Y es que el gusto por lo dulce de los nacidos en esta isla de lo real maravilloso es sorprendente, bien lo saben negocios como La Fondant (Calle 25 entre M y N), Burner Brothers (Calle 29 y Zapata), Café Bianchi (en el Callejón del Chorro de La Habana Vieja), El Biky (Infanta y San Lázaro) y otros, quizás hasta llegar a los 100, que han apostado por dulcerías más o menos lujosas donde se encuentran desde los postres más clásicos de la cocina cubana hasta verdaderas delicias de la pastelería francesa.
De la mano del sabor llega también el buen gusto, la calidad y el servicio esmerado de sus trabajadores y dueños, quienes saben desde el comienzo que el cliente es lo principal para tener un negocio rentable.
Todo lo contrario lo encontramos en la red de servicios de cafeterías y dulcerías estatales, ya sea en los establecimientos que venden en moneda fuerte (CUC) como en los que tienen ofertas mas económicas en moneda nacional.
Es difícil que un habanero no conozca de los denominados Pain de París, Dulcineas o los tradicionales Silvain.
En estos establecimientos, casi siempre concurridos por sus precios, la calidad de las ofertas y el trato de sus empleados queda muy por debajo de los cuentapropistas.
Los Silvian vienen siendo como el patito feo de la historia, quedan muy por debajo sus ofertas de lo ofrecido por sus competidores estatales y normalmente son escasas sus variedades de dulces.
Es cierto que en ellos podemos encontrar dulces cuyo precio comienzan en los 15 o 30 centavos de CUC y su mayor demanda viene de los padres que tienen niños en escuelas colindantes, por lo económico que resulta adquirir algunas de sus ofertas.
En el fondo de la cadena se encuentran las dulcerías estatales en moneda nacional (CUP), las que por lo general venden el famoso pan suave que le toca a cada cubano por la llamada libreta de abastecimientos, o la cuota como también se les conoce
Estos establecimiento por lo general producen variedad de dulces en sus cocinas, los que son vendidos a precios sumamente asequibles para el bolsillo de los cubanos, aunque su gran defecto es la calidad.
Masarreales, torticas, pastelitos o rollitos de guayaba no superan nunca el precio de 1 peso cubano, cuando estos mismo dulces en las cafeterías privadas oscilan entre los 50 y 80 centavos de dólar, casi 10 veces a lo que son expendidos por el Estado.
Por que todos los cubanos agradecen que existan tan variadas opciones porque para un trabajador que gane el salario promedio del país, aproximadamente 728 CUP (30 dólares), resultan casi impensable comprar una exquisitez de la repostería francesa y debe conformarse con las ofertas de su panadería de barrio.
Aquí bien cabe la frase de José Martí: “Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino…”