A Yoandi Fagundo nunca le gustaron los estudios. Así que cuando, siendo casi un niño, heredó la finca que fuera de su abuelo en Jagüey Grande se decidió. Junto a su hermano, a vivir de la tierra. El gran problema era que la finca que les dejó el viejo era un pedregal repleto de grandes rocas calizas que asomaban de la tierra una al lado de la otra.
Aún así, Yoandi y su hermano cultivan allí maíz, guayaba y frutabomba, y tienen unas 76 reses para producir carne. De obtener leche no se ocupan; en su tierra la hierba crece dos meses en el año y hay tanta piedra que las vacas, según los hermanos, sólo “darían leche en polvo”.
Para regar sus cultivos Yoandi cuenta con pozo de 17 metros de profundidad, pero el terreno es tan irregular que no se puede regar por aniego. Los hermanos deben cargar los enormes tubos de regadío por sobre los surcos para que sus plantas no mueran. Lo hacen una vez por semana; no por pereza, sino porque cada vez que riegan consumen unos 100 litros de petróleo.
La única suerte es que la tierra roja, aún repleta de piedras es fértil y después de la cosecha y del esfuerzo sobrehumano, Yoandi y su hermano ven el beneficio de sus frutales. Beneficio que sería mucho mayor si la cooperativa les entregara los insumos que les corresponde y la electricidad llegara hasta su finca. Entonces podrían regar hasta tres veces por semana y las cosas serían mejores.
Cuando los visitantes ven los frutales de Yoandi crecer entre las rocas le dicen que es un loco, que no vale la pena tanto esfuerzo; pero él se ha acostumbrado ya. Su mujer y sus dos niños viven en Jagüey a 32 kilómetros de la finca que lleva 16 años trabajando. Ellos comen y tienen resueltas sus necesidades gracias a que él no le tiene miedo a fajarse con las piedras… así que es un hombre feliz.