Con sus más de ocho décadas de vida, Adela Legrá es uno de los íconos vivientes del cine cubano. Guantanamera de lo más intrincado, cerca de Puriales de Caujerí, su protagónico en el tercer cuento del filme cubano Lucia (1968), del ya fallecido Humberto Solás, la lanzó al estrellato del cine de la Isla.
Solás descubrió a Legrá en medio de un trabajo voluntario en Baracoa. Al verla, quedó cautivado con su físico y carácter, los cuales consideró ideales para el mediometraje Manuela de 1966.
De origen campesino, Legrá estuvo dedicada durante mucho tiempo a las tareas hogareñas y luego a trabajos agrícolas en diversas localidades de Oriente, donde recogió café, sembró viandas y hortalizas.
«Yo era muy rebelde, la gente me decía que si caía en un río nadaría contra la corriente. Me hizo arrastrarme, cruzar cercas, subir árboles, me hizo reír y llorar», contó hace unos años Legrá en una entrevista.
Su rostro de mujer campesina, curtido por el trabajo, pero bello a la vez, hicieron de ella la protagonista indiscutible que Solás ansiaba tener para el tercer cuento de Lucía.
La mirada de la Lucía de Legrá – que ha sido reproducida en incontables ocasiones en afiches y obras alegóricas al cine cubano – la logró Solás a fuerza de molestarla, ya que el director era sumamente exigente. Sin embargo, con esa sola mirada bastó para que ella pasara a formar parte de la historia del cine cubano.
Cuenta Adela que, de niña, gustaba de ir al cine; pero sólo podía asistir eventualmente por cuestiones económicas.
Nunca llegó a pasarle por la mente que un director de cine la descubriría y la convertiría en actriz; y mucho menos que además de protagonizar Lucía, luego participaría en otros incónicos filmes del cine cubano.
A partir de aquí, la actriz se traslada para La Habana, pero por casi una década es confinada a papeles secundarios en títulos como Rancheador (1971), de Sergio Giral; El brigadista (1977), dirigida por Octavio Cortázar; Aquella larga noche (1979), a las órdenes de Enrique Pineda Barnet; Polvo rojo (1982), de Jesús Díaz y en la comedia Vals de La Habana Vieja (1988), realizada por Luis Felipe Bernaza.
En 1990 Adela colaboró con Tomás Piard en su corto La próxima vez y en la serie televisiva El castillo de cristal. Dos años después Gerardo Chijona la escogió para un personaje en su opera prima Adorables mentiras (1992) y Octavio Cortázar para un rol episódico en Derecho de asilo (1994), sobre la noveleta de Alejo Carpentier.
Adela Legrá vivió 31 años en La Habana pero un día decidió dejar atrás el bullicio de la capital y refugiarse en Cuabitas, zona campestre de la periferia de la ciudad santiaguera donde mucho disfruta de sus raíces campesinas… cuando no sabía de luces ni de los platós que la convirtieron en una estrella del cine cubano.