No hay cubano que no recuerde la etapa de su infancia en la que andaba para arriba y para abajo con un tirapiedras. Aquel artefacto confeccionado con una rama que tuviera forma de (Y) y un trozo de cámara de bicicleta, se convirtió en el compañero inseparable de las travesuras de muchos cubanos.
Si nunca llegaste a tener uno, o tan siquiera a verlo, te sorprendería saber la cantidad de cubanos que hasta llevaron uno de Cuba cuando salieron de la Isla.
Los tirapiedras no solo se utilizaban en los campos cubanos, aunque es cierto que es donde más comunes eran. De seguro si tenías un pariente que trabajase donde había cámaras finas de bicicletas o camiones, o alguien botaba una cámara vieja porque ya no aguantaba un ponche más, ya tenías asegurado un tirapiedras y hasta repuestos.
Para la horqueta o el cabo bastaba una rama con esta forma y lo suficientemente fuerte como para aguantar cada tirada. Un pedazo de cuero viejo, picado en forma rectangular servía para aguantar la piedra.
En las ciudades sucedía algo parecido, y no faltaban los muchachos que se paseaban con el tirapiedras colgado en el cuello o que se ponían a practicar tirándole a latas viejas en cuanto parque o terreno tuvieran cerca.
Más que entretenerse con el tiro al blanco, salir a “mataperrear” con un tirapiedras iba mucho más allá. Era la oportunidad ideal para saber quién era quien en cada grupo, fortalecer los lazos de amistad o apartarte de ese muchachito que mamá no quería que jugaras con él.
Cansancio, imaginación y un buen baño de sol eran los mejores premios de esa etapa. Quizás si cierres los ojos por un instante, alcances a verte a ti mismo corriendo sin camisa junto a tus amigos y con un tirapiedras en el cuello colgado.
De esta forma se te iba la tarde entera y no te alcanzaba el tiempo para jugar todo lo que querías. Luego regresabas a casa cansado (y lleno de churre de pies a cabeza), pero feliz de haberte divertido junto a tus amigos.