Ismael siempre un matarife “con medida”. Quizás por esto, o por pura suerte, nunca llegó a ser enviado a prisión.
Según contó en una ocasión, nunca fue detrás de las vacas de leche, caballos carretoneros o bueyes de arar, ya que sabía que detrás de eso siempre quedaba perjudicado un infeliz campesino.
Se dedicaba a cazar en el monte los animales que estaban «jíbaros», la mayoría de los cuales llevaba la marca del Estado y habían escapado de las granjas desde hacía largo tiempo.
A muchos de estos animales ya no los buscaban, porque el pago a los monteros por las recapturas era una verdadera porquería y además los animales asilvestrados solían ponerse un tanto violentos al ser acosados.
Así se hizo de novillos, añojos, toretes, porque siempre le gustó la carne roja; y en su casa nunca faltó la comida. Pero a pesar de la pobreza, nunca llegó a vender ni una sola libra de carne. Sabía que si lo hacía una primera vez, ya no podría detenerse y al final terminaría preso como la mayoría de los furtivos que matan vacas en los campos de Cuba.
Cada vez que salía a estos menesteres lo hacía de la misma forma. Salía temprano de su humilde vivienda campesina, se daba un buche de café y salía en su carretón de caballos hasta donde le permitía llegar el monte cerrado. Se disponía entonces a esconder su juego de cuchillos y el medicamento que les aplicaba a los animales para que no sufrieran dolor con el que daba muerte a los animales sin dolor antes de descuartizarlos.
Las reses perdidas solía encontrarlas en los claros del monte de existían árboles frutales o en abrevaderos. Luego las enlazaba y las llevaba al sitio de la matanza remolcadas por su caballo Aparicio
Una vez terminada la faena, ocultaba las vísceras y demás restos en una cueva que solo él conocía, y llenaba hasta seis tanquetas de la unión láctea de carne. Nunca lo capturaron.
En la bañadera de su casa era donde llevaba a cabo la “distribución”: para mi padre, para el amigo fulano, para la niña de mengana que está ingresada, para la vieja que vive sola… Siempre la regalaba, nunca cobró un peso.
Cuando Ismael llegó a Miami lo primero que pidió fue que le trajeran una vaca. Practicó su oficio en público y se la comieron a la parrilla. Todos quedaron asombrados de su destreza. Juró que sería la última res que sacrificaría en su vida.