El sexo de intercambio no es secreto ni en Cuba ni en la Conchinchina. Llamado también una forma de “lucha”, para muchos de los que viven de esto representa no solo una vía de consumo, sino también las puertas a una movilidad social que de otra forma hubiese sido imposible.
Los “pingueros” son definidos en Cuba como sujetos del sexo masculino que se involucran en relaciones sexuales, preferiblemente con turistas, por dinero, bienes materiales u otros beneficios. Estos surgieron en la Isla junto a las/os jineteras/os, durante la crisis de los años 90.
“La mecánica”, término utilizado para manipular a los extranjeros, permite que se inventen historias de pobreza y se muestren como víctimas del sistema, con proyectos de emigrar o encontrar el amor verdadero. Es un factor importante en las relaciones sexuales, ya que los pingueros aprovechan la penetración como una vía para obtener mejores beneficios.
Así, el acto se traduce como empoderamiento y “control” sobre el otro. La penetración tiene un valor de uso y la masculinidad es “cedida” en virtud de intereses concretos.
Los “pingueros” suelen comenzar sus relaciones en tono de amistad, donde el dinero no represente el centro de las negociaciones, para intentar logran generar mayores dividendos al propiciar que los turistas sean más “espléndidos”.
Su objetivo es no mostrarse como una especie de prostitutos, ya que de esta forma estarían ellos mismos cerrándose las puertas a un posible matrimonio, viajes y regalos.
La finalidad que persiguen quienes se desempeñan en estos roles es la de llegar a ser mantenidos por extranjeros desde el exterior, o en el mejor de los casos salir del país a través de ellos. Algunos otros lo hacen con la idea de reunir el dinero suficiente que les permita montar algún pequeño negocio y así no tener que seguir saliendo a “luchar”.
Aunque tengan relaciones con hombres dentro o fuera del espacio de la “lucha” hay muchos que se definen como heterosexuales y ostentan su masculinidad como un acto visible y de orgullo individual.
Lamentablemente la gran mayoría son tan solo unos jóvenes con altos niveles de consumo y carentes de una planificación de vida a largo plazo, por lo que hace que salirse de ese mundo sea cada vez más difícil y que rara vez el fruto de su “trabajo” pueda traducirse en el cierre de los ciclos de pobreza e inmovilidad social.