Cuando Michel cayó preso en Cuba se vio obligado a sobrevivir en un mundo que hasta entonces para él era desconocido. En su afán de “impresionar” a sus compañeros del centro penitenciario, por lo que se dio a la tarea de aumentar su masa muscular de cualquier manera posible, y echó mano a lo que consideró la vía más fácil para lograr su objetivo: inyectarse aceite de cocina en sus brazos.
Los que recurren a este peligroso método son conocidos como “aceiteros” y algunos parecen “bolas por todas partes” de lo hiperbolizados que están.
Aunque el aceite hace parecer que la persona tiene unos brazos enormes y poderosos, si el organismo lo rechaza, como casi siempre ocurre, aparece la necrosis en los músculos y las extremidades comienzan a perder funcionalidad.
A medida que el aceite avanza por el cuerpo, este comienza a fallar de forma acelerada, dando paso que surja una neumonía, meningitis, septicemia o que se pierda la vida.
Michel, quien no tenía muchos conocimientos sobre las complicaciones, le tocó enterarse por las malas y casi que no la cuenta luego comenzar a inyectarse pequeñas dosis de 10 cc del aceite de las bolsitas “El Cocinero”, que en menos de un mes le hicieron parecer como un fisiculturista de toda la vida.
En su apresurada necesidad de hacer bulto a como diera lugar, poco a poco fue incrementando la dosis hasta llegar al doble y a aplicarlas en distintas partes de su cuerpo.
Sin embargo, nunca nadie le dijo que este aceite permanece en el cuerpo para siempre, pues el organismo no posee la capacidad para absorberlo por completo, conviertiéndose así en una verdadero bomba de relojería.
La solución termina siendo la misma para todos: curas terribles en un hospital para poder extirpar toda la carne que se ha podrido y el tejido necrosado, por lo que el tratamiento muchas veces se extiende por meses.
En el caso de Michel, la herida que llegó a tener abierta era tan grande que casi se podía introducir una pinza por un lado del brazo y sacarla por el otro. Se logró salvar “en tablitas” y el susto que se llevó al verse al borde de la muerte fue tan grande que asegura que nunca más volverá a inyectarse.
Ahora Michel, ya en libertad, hace ejercicios de forma natural en un gimnasio, pero cada vez que se ve las marcas en sus brazos recuerda como el desconocimiento casi lo lleva a la tumba y si hay alguien convencido de que para ponerse en forma no hay que arriesgar la vida, ese es él.