El humorista cubano Ulises Toirac dejó saber esta mañana en sus redes sociales la triste noticia de que su padre había fallecido en la madrugada de hoy, luego de atravesar un delicado momento de salud.
Según explicó el propia artista en un post publicado en su perfil de Facebook, su padre falleció en horas de la madrugada de este 10 de mayo, rodeado por todos sus seres queridos y en paz, como el siempre pidió que sucediera.
«Esta madrugada se fue. Tranquilo, en silencio, sin sufrir. Como yo rogué que sucediera. En medio de un aguacero interminable al comenzar un Día de las Madres. Le gustaba complicarle la vida a la gente. Debe andar su alma libre mirándonos a todos y caga’o de la risa. Genio y figura hasta la sepultura», escribió el humorista junto en la que se les puede ver juntos y alegres.
Toirac cuenta en su post que a su padre debe el hábito de leer mucho, pues asegura que fue un lector consumado, de quien incluso recuerda haber estado en la playa de pequeño y su padre leyendo un libro de aventuras.
«Yo tenía mi Trespatines particular. Al viejo las palabras le «sabían» y así mismo las disparaba (…) Creo que la sordera que padecía (y que he ido heredando) era en parte culpable de sus «trespatinadas» con las palabras», escribió, sin dejar de lado su vis cómica en un momento de dolor.
Para rendirle homenaje póstumo, Toirac recordó una anécdota que vivió junto a su padre y a continuación la reproducimos completa para sumarnos por esta vía a su dolor.
Fue un hombre hecho para situaciones extremas. Cierta tarde-noche y disponiéndose a cocinar preparó las papas y se dispuso a freírlas. Caldero a la candela, se agachó y recogió lo que creía era la botella de aceite y con suma maestría, desde un pie y algo de altura de la sartén, vertió el líquido, pero… no era aceite… el alcohol rebotó en la sartén y algunas gotas «olieron» las llamas de la hornilla. En menos tiempo del que Usain Bolt emplea en dar sus tres primeros pasos en una carrera, aquella llama subió de la hornilla hacia la boca de la botella convirtiéndola en un lanzallamas casero.
– Quédense ahí -nos dijo a mi hermano y a mí que observábamos aterrados y maravillados el espectáculo.
Y con el mejor de sus aplomos (y el mejor de sus camina’os) salió hasta el más lejano extremo del patio y con igual tranquilidad depositó cuidadosamente la botella-antorcha de pie. Aún le dio tiempo a ajustarse los pantalones a la cintura para echar a andar nuevamente hacia la casa. No había andado tres pasos y aquél coctel molotov estalló. Cinco pasos después (sin haber escuchado y sin virarse) nos preguntó caminando hacia nosotros:
– ¿Explotó?
Por eso siempre me han causado risa las películas en las que Bruce Willys camina hacia cámara y en su espalda, a toda cámara, explota el auto sin que se le mueva una ceja al actor que sigue acercándose imperturbable.